Nos cambiaron las postales.
No es solo el Caviglia con la torre que sostenía la antena de Canal 9
O el portal de entrada al Parque de Mayo
O la Avda Alem con el fondo del Teatro Municipal
Ni los edificios de la manzana fundacional, sobre los que habrá que actuar en algún momento para que
recuperen sus bellas formas
Ni la foto tomada de arriba para mostrar el techo de la cancha del club Estudiantes.
Ni la Plaza Rivadavia. Ni el Palacio Municipal. Ni la calle O´Higgins. Ni el puente por sobre las vías en Avda Colón.
O el complejo de la UNS en Alem. Ni la hermosa fachada del Muñiz o de la Biblioteca Rivadavia…
Y podríamos seguir… Hoy las postales de la ciudad son las marcas del barro… Las señales que dejó el agua… (y las que no se ven que están impresas en el alma de cada bahiense)
Los trastos en las esquinas y las veredas. Los zanjones en barrios como Stella Maris o Viajantes del Sur. Las casas destruidas. Los muebles con las maderas deshilachadas. La ropa con olor a humedad colgada al sol en las verjas…
Los autos, las heladeras, los lavarropas, los colchones flotando al compás del ritmo del agua…
Los vecinos arriba de los techos… Los mismos vecinos, abajo, recibiendo comida, ropa, lavandina, agua…
En un año y tres meses, tres cachetazos de nocaut: viento, granizo, lluvia. Y bahienses que las sufrieron todas. Y una generación de pibes y pibas que pasaron cuarentena, viento, granizo, lluvia…
Y a empezar de nuevo!
¿Cómo? ¿ De qué manera? Es la gran pregunta.
¿Alcanza con palabras de aliento, con estimular la reacción positiva, con la mirada puesta en un futuro en el que este presente sea pasado, en fomentar el impulso de la solidaridad, de la salida en conjunto, del mano con mano, del pecho con pecho, de la espalda con espalda, de la apelación al amor ecuménico, al nosotros por sobre el yo…?
Hay que hacerlo, claramente. Claro que hay que hacerlo… Hay que ir junto a ese discurso para salir de la angustia, del dolor, para mitigar la ansiedad, pero (también claramente) no alcanza…
Los ciudadanos nos podemos reconstruir temporalmente sobre la base de esa sensación de unidad en la desgracia como consecuencia de semejante tragedia. De ese sentimiento agradable, estremecedor, inconmensurable, de la voluntad por ayudar, por asistir, por acompañar…
Es necesario. Imprescindible.
Pero con eso solo la ciudad no se reconstruye.
Se necesitan recursos. Se necesita dinero. Se necesitan proyectos. Y para llevar a la práctica esos proyectos hace falta money, guita, biyuya, pascualitos, mangos…
Para volver a poner el sistema comercial y productivo en marcha. Para ayudar a los damnificados que se quedaron sin heladeras, sin lavarropas, sin camas, sin techos, sin casas, para comprender el drama de los que alquilan…
Para devolverle “vida” a las calles… Para arreglar el sistema cloacal. Para hacer de nuevo el canal Maldonado. Para sacar de la fragilidad al sistema eléctrico y al servicio de agua potable…
Y ni siquiera mencionamos la obra de la que ahora todo el mundo habla, pero de la cual ya se tenía conocimiento allá por la década del 50, y que aparece como prioritaria en el punto que se refiere al futuro de la cuestión hídrica en el llamado Plan Estratégico sobre finales de la década del ´90: el dique multipropósito a la altura de Puente Canessa.
Hay que salir de las sombras con una gran fuerza interior que sea impulsada por las palabras de aliento, por el acompañamiento, por la conjugación del nosotros, por la mirada optimista, por el amor fraterno, por la consolidación del concepto de ciudadanía…
Pero claramente, pasado un tiempo, eso solo no alcanzará…
Y no es una reflexión anclada en el pesimismo!