Ayer casualmente apareció un artículo en el que se hablaba de un fenómeno que hoy caracteriza a la acción política prácticamente en todo el mundo: la presencia de los llamados outsiders.
Obviamente, a esta altura todos entendemos el significado, aunque de cualquier manera siempre es bueno recurrir al mataburros.
Sería algo así en nuestro idioma como forastero, forastera… Se dice también de alguien que opera, y no solo en política, por afuera de las normas sociales, como si mirara y analizara el contenido de esas normas y de la sociedad en su conjunto, desde afuera, desde arriba o desde algún costado, justamente como si fuera un forastero o forastera.
Los ejemplos abundan en la última década en la política mundial. Los más conocidos y a los que el inconsciente colectivo de inmediato trae a la realidad se llaman Donald Trump y Jair Bolsonaro.
Y claro que la Argentina no escapa a ese fenómeno. Y ahí encaja Milei. Es un cambio de época signado por la bronca, la insatisfacción de sectores cada vez más grandes en términos cuantitativos, pero también, por sobre todo, cualitativos, la consolidación de la individualidad por sobre lo colectivo y la decisión de los que toman decisiones , siempre dispuesta a congraciarse primero con el interés privado por sobre el interés general, objetivo básico de cualquier acción política.
Es un cambio de época. Los partidos políticos ya casi no funcionan como tales. Ya no hay denominadores comunes que operen como catalizadores de una esperanza; que arropen a los militantes. Porque en verdad ya casi no hay militantes en este cambio de época que sientan orgullo de la pertenencia al grupo.
Hay, en muchos casos, personas que llegan a la política (es otra cosa). Eso no es ser militante de una idea, de un proyecto, de un proceso que los involucre, que los haga sentir parte de un todo, porque todo (mejor dicho casi todo, porque siempre hay excepciones) es fútil, lábil, light…
Ese cambio de época, fundamentado en esas características, también se traslada a la gestión.
Si bien es cierto uno, como todos, ha ido aprendiendo con el paso del tiempo y del ejercicio de la profesión, admitiendo además que ahora se asumen otras responsabilidades y se miran las cosas de otras maneras (por aquello del paso del tiempo, la experiencia, las frustraciones, los enojos, los errores, los aciertos, los aplausos, las críticas), me cuesta encontrar desde 1983 a la fecha un gobierno, en Bahía Blanca como el actual, que dé tan pocas explicaciones.
Y lo que es peor, diríamos en términos de respeto democrático y republicano (qué palabrita esta, ¿no?) ni siquiera parece importarle.
En los casi 20 años que compartí escritorio y micrófono con Héctor Gay, no recuerdo haber tenido una discusión, diríamos, dura… Siempre, de ida y vuelta, de uno hacia el otro y viceversa, estoy convencido de haber tenido y sentido respeto mutuo más allá de las diferencias ideológicas y/o en las miradas.
Era el jefe y yo subalterno… Y cuento eso, que en verdad no sé si viene al caso, porque me he preguntado y me pregunto qué hubiera dicho él por el famoso y todopoderoso micrófono de LU2 si los funcionarios de los gobiernos municipales de Cabirón, Linares, López, Breitenstein y Bevilacqua, no le hubiesen respondido los pedidos de reportaje.
Es este, el que él encabeza, y no de ahora, un gobierno que no habla, que no explica… O mejor dicho: un gobierno que elige con quién hablar, qué decir y cómo explicar. Situación esta que se ha profundizado en estos últimos tiempos.
En términos futbolísticos es Schmitd esperando los centros del gallego Palacio para cabecearla a un ángulo. Es Palermo esperando los desbordes del mellizo. Es Bertoni picando en diagonal porque sabe que viene el toque fino del Bocha.
Eso no es ni democrático ni mucho menos republicano, concepto este que de tanto repetirlo lo vaciaron de contenido… Le sacaron fuerza de tan poco que lo han ejercitado en el ida y vuelta con la sociedad.
Es un cambio de época, aseguran. No me acostumbro ni me quiero acostumbrar. El respeto en el disenso forma parte de todas las épocas… Y se debe explicar sin importar quién pregunta y sobre qué temas.
Para eso son funcionarios que se deben al ciudadano. Funcionarios que administran dineros públicos.
Ser funcionario, ser dirigente político con cargo no es un premio. No es estar ternado al Martín Fierro. Encierra deberes y responsabilidades y entre esos deberes y responsabilidades está el de informar y explicar con fundamento…
Vuelvo al fútbol: está claro que nosotros, en este programa, no somos ni el gallego Palacio, ni el mellizo Barros Schelotto y mucho menos Bochini, pero tampoco en el ejercicio de la profesión somos Pernía…