El almuerzo había terminado. Se armó una sobremesa de ocasión. No eran muchos. La mayoría en verdad, un poco por el sol y otro poco (bastante) por la comida, solo tenía en la cabeza la imagen de un colchón que estuviese lo más cerca posible.
No obstante, a uno de ellos, se le ocurrió casi de la nada, intentar hacer una especie de análisis político con pretensiones académicas sobre la realidad de la Argentina a pocos días de una elección reñida.
El tipo armó una idea, por momentos confusa, pero que resultó interesante al menos para otro de los comensales que parecía escucharlo con atención. Hasta que en un punto y con cierta determinación le preguntó: terminaste?… mirá hay algo que no alcanzás a entender… política se hace también con los que no piensan igual que vos.
Se dio media vuelta y buscó un colchón. Mientras tanto, el otro, el analista, se quedó rumiando el concepto.
Hoy a 40 años de aquel octubre/diciembre de 1983, pareciera que esa idea fuerza adquiere relevancia. La Argentina, su sociedad, está viviendo otro de los momentos más críticos de las últimas décadas como consecuencia directa de la aplicación de medidas políticas y económicas que en su mayoría han estado y están condicionadas por intereses de afuera y de adentro.
No se ha alcanzado a comprender, a poner en ejecución y también en valor, aquel viejo concepto de los griegos cuando hablaban, hace más de dos mil años, de la política como gestionadora del bien común.
Nuestro país está cruzado por una línea discursiva, por momentos violenta, que nos está llevando a discutir líneas de tiempo y de acción que ya creíamos superadas por los esfuerzos invidividuales y colectivos,no exentos de sacrificio que en muchos casos se pagaron con la vida, que se han hecho justamente a lo largo del desarrollo de estos 40 años.
Quienes, desde un planteo racional ( y subrayamos lo de racional) nos están pidiendo el voto para asumir las responsabilidades futuras desde diciembre deberán comprender que es imprescindible, ante la magnitud de la crisis y de la discusión frente a los agazapados de siempre, coordinar acciones para establecer un nuevo pacto social de envergadura que incluya a todos los sectores que quieran una Argentina para la totalidad, que contenga al todo, y no solamente a determinadas partes.
En nuestro pago chico, en la ciudad que transitamos todos los días entre las veredas rotas, los baches, las motos con escape libre, los lomos de burro, las calles de tierra, los desbordes cloacales, las preguntas sin respuestas, la simpleza y poca profundidad de los debates institucionales en los ámbitos establecidos para eso, y tantas cosas más, también es absolutamente necesario pensar en otro pacto social.
¿Qué significa?. Involucrar a todos. A las Sociedades de Fomento, a las Organizaciones de la Sociedad Civil, a los Clubes de Barrio, a las entidades profesionales, a los trabajadores nucleados en las entidades sindicales, a las organizaciones educativas, a los que buscan un pedazo de tierra, a los que dan de comer en comedores escolares y barriales… Darle músculo, como se dice ahora, a la calidad institucional que tanto se pregona como si efectivamente se hubiera logrado ese cometido.
Más claro aún: ese pacto no solo debe incluír a los que tienen el poder económico y/o mediático de la ciudad. Un intendente, está claro, no puede prescindir de las relaciones con los sectores industriales, comerciales o financieros. No puede andar a las trompadas, con nombre y apellido, con la Unión Industrial, La Corporación del Comercio, el Polo Petroquímico o la Bolsa de Comercio, por ejemplo. No puede andar a los cabezazos con quienes forman parte del poder real.
Es así. Fue, es y será así. Son parte de los micropoderes que conforman una sociedad. No se puede, ni se debe, desconocerlos. Pero una cosa es desconocerlos y otra cosa es reafirmar desde la acción de gobierno el concepto de hegemonía, porque se contrapone con el interés general y el bien común.
Dicho en forma más clara aún: el próximo intendente, desde la racionalidad y con la apoyatura en la conformación de ese nuevo y diferente pacto social ( si es que los que piden el voto hoy tienen la decisión y el coraje de hacerlo), tendrán que entender que, justamente el interés general y el bien común, está más allá de los límites que impone, por ejemplo, el quincho de Gustavo Elías.