Carolina Martínez, hija de bahienses, logró salvar su vida permaneciendo varias horas en el techo de su trabajo. Advirtió que aún hay muchas personas desaparecidas.
A más de una semana de las trágicas inundaciones en la región de Valencia, en España, el panorama en las ciudades y pueblos arrasados por el agua sigue siendo desolador.
Carolina Martínez, hija de bahienses y con familiares residiendo aún en nuestra ciudad, vive en Picaña, una pequeña localidad ubicada a 8 km de la capital de Valencia y esta mañana en diálogo con Radio Altos relató cómo salvó su vida la jornada del martes 29 de octubre y cómo vive hoy junto a su esposo y su hija de siete años en medio del caos.
“Estaba en el trabajo, nos llegó el agua hasta el pecho; si no rompíamos la puerta de emergencia nos ahogábamos. Logré llamar a mi papá y decirle que me estaba ahogando, que nos llevaban a un altillo. Él y mi esposo hasta las siete de la mañana del día siguiente no supieron nada de mí”, comenzó con el relato.
Dijo que el agua comenzó a ingresar rápidamente en el hipermercado en el que trabaja y que en pocos minutos tenían el agua a la altura del pecho. Muchas víctimas fatales, señaló, murieron ahogadas en las cocheras de sus viviendas intentando retirar sus vehículos.
Hoy son muchas las personas que permanecen desaparecidas.
“Las horas que estuve en el techo solo pensaba en mi familia y en decir tengo que estar viva. No nos vino a buscar nadie. Cuando vimos que el agua empezó a bajar cerca de las 14, nos fuimos caminando a nuestras casas”, señaló.
En su caso, su vivienda sigue en pie, pero muchos ciudadanos y ciudadanas de Picaña se quedaron literalmente sin nada. En el pueblo no hay locales funcionando (muchos fueron arrasados por el agua) por lo tanto las provisiones, los alimentos, se los acercan a través de ayuda humanitaria.
Al mediodía dijo que cocinan fideos o arroz y gracias a la solidaridad de restaurantes de Valencia capital que no sufrieron daños, cada noche tienen una vianda para cenar. Los alimentos los entregan en las escuelas del pueblo y son grupos de jóvenes los que a pie desde la capital los acercan hasta Picaña.
“La inundación fue el martes de la semana pasada a la noche y aún hay barro y agua podrida por todos lados. Nos salvamos de no ahogarnos pero ahora van a venir las enfermedades”, alertó.
Hizo hincapié en que solo la ayuda que reciben es humanitaria y que recién ayer comenzaron a llegar militares con máquinas para empezar a retirar el agua, el barro y todos los desechos, incluidos vehículos y partes de viviendas, que están acumulados en las calles y veredas.
La empresa en la que trabaja ayer le comunicó que estiman que recién en cuatro meses podrán volver a abrir sus puertas.
“Hay una parte del pueblo en la que no se ve tanto lío, pero esto va para rato, hay todavía mucho barro. Va a tardar mucho en volver a ser lo que era”, admitió.